lunes, 9 de abril de 2012

Cantur

Cantur era un pueblo tranquilo, que apenas alcanzaba los mil quinientos habitantes y que disponía de una taberna, cuatro tiendas y una herrería. Sus habitantes se conocían los unos a los otros y tenían un aspecto en común: detestar a su señor, un agresivo hombre ya entrado en edad que siempre les subía los impuestos como sube una escalera que nunca baja. Eran principalmente agricultores y ganaderos. Los lugareños no tenían creencias religiosas, pero se dejaban influir por los astros y las estrellas.

Nada había encontrado en su camino, tan solo bosques, montañas y riachuelos. Al tercer día de haber dejado atrás al danzarín de la lluvia (con su fuego y agua)... en un día soleado de primavera, la chica encontró el pequeño pueblo.

Al girar por la iglesia, algo sucedía en la plaza. Se acercó y vio a una marabunta de gente en círculo observando lo que pasaba. Todo el pueblo estaba en el discurso del viejo profeta. Le aclamaron y vitorearon. Había un joven atento a todo lo que sucedía.

 En un momento del discurso, alzando la oreja por encima del estruendo ensordezedor, la chica escuchó:

               - ¡Nuestros Reyes y señores pronto caerán, seremos dueños de nuestras propias tierras y ganado! - hizo una pausa y continuó. Las estrellas dicen que pronto aparecerá una chica que cambiará todo.



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